Reflexiones sobre el azúcar: mi lucha de todos los días
Viví con el concepto de que el azúcar era energía y con ese pretexto justifiqué mi adicción al dulce. Por mucho tiempo hice cambios y adaptaciones a mi nutrición, eliminé alimentos procesados, dejé la gaseosa a los 18 años, incrementé el consumo de alimentos verdes y nutritivos, reemplacé mis snacks por súper alimentos, balanceé cada una de mis comidas y hasta me volví la pesadilla en algunos restaurantes, pues pedía cosas que no estaban en la carta. Hacía -y lo hago aún- modificaciones, ajustes y solicitudes no convencionales. Todo eso con total coherencia hasta el momento de llegar al postre, en ese momento venía mi tradicional frase: “yo me lo merezco”, para alcahuetear mi dependencia y adicción al azúcar.
Había una verdad ante mis ojos, una verdad que, además de perjudicar potencialmente mi salud emocional y psicológica, se resumía en una adicción o dependencia que tenía poder sobre mí, y deliberadamente evitaba afrontarla, la evadía y la negaba. Me decía a mí misma: “cuando quiera dejar de comer azúcar, dejo nomás”, o “hago tanto ejercicio que un postrecito no me va a hacer daño, además, yo me lo merezco”.
Entonces se dieron varias circunstancias:
Primero, la verdad del daño que causa el azúcar, aquella que está a la vista y aquella que está escondida en muchos alimentos, se hizo evidente a través de muchas lecturas fidedignas basadas en estudios y hechos científicos acompañadas de conversaciones que tuve con expertos.
Luego, vino un espacio de introspección en donde tuve que sincerarme y aceptar que el azúcar y su consumo era una debilidad y se había convertido en una necesidad diaria de la que dependía. Acepté que había algo externo a mí que tenía poder sobre mí y decidí que, para ejercer mi poder personal y ser dueña de mí, no debía permitir que el azúcar sea quien decida, y escogí conscientemente luchar contra eso y ganar todas las batallas posibles, un día a la vez.
Con esto me planteé socializar mi lucha contra el azúcar, argumentando e investigando, y para asegurarme de no sucumbir, decidí compartirlo abiertamente en mis redes. Eso me ayudó y me comprometió aún más con mi objetivo.
La guerra no se ha ganado y sigue estando presente; sin embargo, el compromiso es cada vez más fuerte y sólido, y cada día con conciencia lucho por ponerme por delante de cualquier debilidad.